viernes, 24 de junio de 2011

Todos se aprenderán de memoria el nombre que se repite en las portadas, el causante del prodigio más asombroso: Juan Farias.”

Escribí este texto cuando Juan estaba vivo. Ahora, que se acaba de morir, no tengo ganas de escribir nada. Solo me da rabia no sentirlo entre nosotros.

“La literatura es incierta, por eso ha perdurado. La certeza no merece la pena, sobre todo porque siempre acaba dejando de serlo. Hoy, algunos dicen que la literatura es más incierta que nunca, sin darse cuenta de que los que vivieron antes ya afirmaban lo mismo. Tal vez, como vaticinan algunos, la sociedad entera se volverá ágrafa a la vuelta de la esquina, y eso sí que me preocuparía. Un mundo sin los garabatos de las letras, sin palabras, sin oraciones coordinadas y subordinadas… Un mundo sin metáforas, retruécanos y anacolutos. Por consiguiente, será un mundo sin lectura. Quizá en ese futuro tan cercano los seres humanos, como en tantas otras cosas, delegarán la lectura en las máquinas —robots y cosas parecidas—, y serán ellas las que se encargarán de abrir los viejos libros para archivar en microchip todo su contenido. Podría ser. Se vislumbra, incluso. Los humanos tumbados a la bartola, enlatados al vacío, con el código de barras estampado en la frente y programados para no ser nada. Por el contrario, los robots leyendo y leyendo, incansables, con las baterías a pleno rendimiento. Lo cogí con las dos manos y salí al jardín a ser marino. Lo abrí del todo para buscar en el horizonte las velas siniestras del barco fantasma. Solo pude ver la sonrisa de mi abuela.Estoy seguro de que al leer estas palabras los robots sentirán un crujido por dentro, algo parecido a un estremecimiento. Los mecánicos de robots lo atribuirán a un reajuste de piezas, a cosa de tuercas y tornillos, o de cables, o de soldaduras. Dibuje un botijo, dos mariposas y el fusil de chispa de un beduino, escribí la palabra pan y le pegue un mordisco porque ya eran las once, dibujé una rana y la rana saltó a cazar a la mosca que daba vueltas alrededor de mi nariz, dibujé más cosas y un niño descalzo. Me dije “Se llama Juan y es pobre”. Él protesto: “Si no voy a comer todos los días, te ruego que me borres lo antes posible”. Y a lo robots se les saltará una lágrima de emoción. Los mecánicos, claro, dirán que es aceite de engrasar, o anticongelante para robots, o qué sé yo. Los seres humanos en esa inopia mayúscula y plácida, se quedarán tan tranquilos. Pensarán que solo se trata de cosas de robots. Colecciono sueños. (…) Unas veces sueño que puedo volar. Solo hace falta que mueva las orejas. Otras veces alguien me pisa las orejas para que no vuele. Y los robots, inconscientemente, empezarán a mover la orejas, esas orejas mecánicas con forma de trompeta, con sensores y luces de color. Los mecánicos se darán por vencidos y pensarán que esas reacciones solo son un fallo de algún programa. Seguramente, cuando quieran reaccionar ya será tarde, porque los robots habrán descubierto todos los sentimientos y emociones que flotaban en el estanque de las libélulas, o que se apelotonaban entre los lápices que llenaban un tiesto, o que correteaban entre algunos niños y tres perros, o que en otoño se arremolinaban con las hojas caídas de los árboles en el jardín de los Tilos. Los robots, claro, se sentirán desconcertados y no acertarán a comprender lo que les está ocurriendo, pero es seguro que se abrazarán a un puñado de libros, de los que no querrán separarse jamás. Todos se aprenderán de memoria el nombre que se repite en las portadas, el causante del prodigio más asombroso: Juan Farias.”

Alfredo Gómez Cerdá
Febrero 2010

Esta entrada fue publicada el Lunes, 13 de Junio de 2011 a las 9:37 y está clasificada bajo: General. Puede hacer un seguimiento de los comentarios de esta entrada gracias al feed RSS 2.0. Puede dejar un comentario, o enviar un trackback desde su sitio.

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