Cultura / ABC CULTURAL / LIBROS
El influjo hipnótico de Tagore
Famoso por sus proverbios, admirado por sus poemas, la estela de Tagore, cuyo 150 aniversario se celebra ahora, nunca ha cesado. De Oriente a Occidente
ABC
Rabindranath Tagore
(Calcuta, 7 de mayo de 1861-Santiniketan, 7 de agosto de 1941) ocupa un
lugar decisivo en la cultura bengalí de finales del siglo XIX y
comienzos del XX. Fue poeta, músico, filósofo, autor teatral, pintor:
un espíritu creador y reformador que convivió de manera crítica con el
auge del nacionalismo hindú. En realidad, fue crítico con la exaltación
del nacionalismo en cualquier país, en cuya manifestación detectó uno de
los peores males de su tiempo, opuesto al universalismo al que
aspiraba.
Sin dejar de ser hindú, fue cosmopolita en el sentido en que buscó el diálogo entre las culturas. Al igual que Gandhi,
se opuso al determinismo de las castas; pero, a diferencia del gran
líder hindú, estuvo lejos de profesar desdén u odio por la cultura
occidental. Estaba
a favor de la independencia de su pueblo, pero eso no le llevó a
infravalorar la cultura inglesa; todo lo contrario: amaba a Shakespeare,
a los poetas románticos y el liberalismo inglés. Fue un
pacifista y odió toda violencia. Eso le emparentó con Tolstói y con
Romain Rolland. No fue un santón, ni héroe ni mártir; no fue un asceta
ni promulgó el tradicionalismo religioso y sus costumbres, así que su
lugar es ambiguo en un mundo lleno de extremos. Buscó la simplicidad y
la moderación.
Premio Nobel en 1913, Tagore renovó la poesía y la prosa bengalíes
Su obra llega a Europa
Tagore viajó a Inglaterra en 1887, donde estudió durante un año. Poco después, en 1883, se casó con una niña de diez años, con la que tuvo cinco hijos, varios de los cuales murieron pronto –ella
falleció en 1902–. Tagore no se volvió a casar, pero no renunció al
amor. Su tarea creativa fue incesante, y en 1912 despertó en Europa el
interés por sus obras, especialmente en Yeats, que colaboró en la traducción de Gitanjali, cuya primera edición inglesa lleva un elogioso prólogo del gran lírico irlandés. Por este libro Tagore recibió el Premio Nobel de Literatura en 1913. Otro de sus admiradores tempranos fue Ezra Pound, aunque más tarde llegó a detestarlo. Fue notable su influencia en el primer Neruda.
Entre nosotros, hay que mencionar las numerosas y bellas traducciones que Juan Ramón Jiménez llevó a cabo, en colaboración con su mujer, Zenobia Camprubí.
Traducciones de traducciones del bengalí, probablemente no sean muy
fieles, pero hay una cierta afinidad en la sensibilidad de ambos
autores. La poesía, decía Paz, es lo más universal y lo más
intraducible. Mucho después, en los años 60, numerosos versos fueron
vertidos al ruso por Anna Ajmatóva.
Yeats y Juan Ramón Jiménez figuran entre los autores que lo tradujeron
Unidad en la diversidad
Tagore escribió también ensayos, regidos por la idea (que también es un sentimiento) de la «unidad en la diversidad». No cerró los ojos ante la ciencia y la tecnología, aunque puso el acento en el progreso moral de la humanidad.
Trató de favorecer esta diversidad en su propio mundo bengalí, en el
que confluyen las culturas hindú, mahometana y británica. Esto es lo que
dice su personaje Gora, sin duda coincidiendo con el autor: «Ya no hay
en mí lucha entre hindúes, mahometanos y cristianos. Hoy toda casta de
la India es mi casta y la comida de todos es mi comida».
No aceptó la economía de la rueca (la charka),
el rechazo de los intercambios culturales ni el odio de Gandhi a la
democracia occidental. Gandhi pensaba, a su vez, que Tagore debía
también tejer. Los dos se admiraban, pero no pensaban en la misma India
ni en el mismo mundo político. Tagore era religioso, mas no sectario, y
profesó una activa reticencia ante el irracionalismo del hinduismo. Se
opuso al apego excesivo al pasado en lo religioso y en lo histórico, y
rechazó el legendario modelo social de las castas, ajeno a sus
aspiraciones morales. Quiso favorecer la dignidad en las
relaciones humanas y procuró no olvidar las lecciones de generosidad del
liberalismo ilustrado inglés.
¿Qué
nos queda hoy de su obra y de su vida? Por un lado, un ejemplo de
moderación no basado en la indiferencia sino en una pasión integradora;
el rechazo del nacionalismo como un dios déspota; su amor a la
naturaleza, y algo que es más difícil de nombrar: una sensibilidad.