ONG para crear historias
Seis organizaciones ofrecen talleres gratuitos de escritura creativa para escritores juveniles
Las edades de los futuros autores oscilan entre los ocho y los dieciocho años
Ella trazó una línea. Él dibujó otra, paralela. Ella volvió a coger
el lápiz, y esbozó el comienzo de una flor. Y él lo completó, con todos
sus pétalos. Entonces Francesca Frediani se levantó y dejó que su
jovencísimo colega siguiera con el trabajo. “Era un niño chino que
llevaba cuatro meses en un colegio y sus maestros ni sabían aun si
entendía el italiano. Al principio no interactuaba, ni escribía, así que
se me ocurrió empezar un dibujo para que él hiciera lo mismo”, cuenta
la educadora italiana. El pequeño debió de comprenderle muy bien, ya que
Frediani volvió a los 10 minutos y se encontró con una revolución
copernicana: “En el papel había casas, personas. Un mundo. Había abierto
la caja de Pandora”.
Una vida diferente
- Fighting words, en Dublín, fue el proyecto pionero
en Europa. Arrancó en enero de 2009, siguiendo el modelo de la
organización estadounidense 826 Valencia.
- El mismo año nació La grande fabbrica delle parole, en Milán.
- En Londres, en 2010, echó a andar Ministry of Stories. El escritor Nick Hornby es uno de sus cofundadores.
- Desde principios de 2011 es activa en Barcelona VoxPrima, que ya ha colaborado con más de 700 pequeños escritores.
- Berattarministeriet, en Estocolmo, y Buch-piloten, en Viena, son los dos proyectos más recientes.
En el fondo, lo hace cada día. La italiana es la responsable de
La grande fabbrica delle parole, una suerte de
ONG de la escritura creativa que abrió en 2009 en Milán. Y que tiene cinco hermanos esparcidos por Europa, del
Ministry of Stories de Londres a
VoxPrima en Barcelona, pasando por
Berattarministeriet en Estocolmo.
Todas comparten la misma fórmula: un ejército de voluntarios, algunos
de ellos escritores de renombre, ofrece talleres gratuitos de creación
literaria a miles de jóvenes —sobre todo clases de colegios— de entre
ocho y 18 años. Se trata de un antídoto, sostienen desde las cuatro
esquinas del continente, contra el dominio imperante de la televisión y
un sistema educativo que ha sepultado la creatividad bajo la caza
frenética al resultado y al examen. “Nuestra misión es inspirar una
nueva nación de contadores de historias en Reino Unido”, reza el lema de
Ministry of Stories.
De los pioneros de Fighting words en Irlanda al neonato
Buch-Piloten
austriaco, cada clase comienza de la misma, irresistible manera. “Les
decimos a los niños: ‘Estáis aquí porque creemos que vais a escribir
historias maravillosas. En las próximas dos horas lo haréis. Y todas
saldrán publicadas”, relata Lucy Macnab, cofundadora de Ministry of
Stories junto con el célebre escritor Nick Hornby y Ben Payne. De ahí
que lo primero sea una masiva tormenta de ideas a bases de brazos
levantados, griterío e imaginación.
Tras el paso del huracán, queda un comienzo de historia. Algo así
como “en una isla en el cielo vivía una princesa a la que le gustaba
mucho practicar el kárate”, como arranca el cuento que la clase 1ª D de
la escuela Pertini Verga de Milán escribió en La grande fabbrica delle
parole. Aunque unos párrafos más abajo, tras gusanos que bailan
break dancey
caracoles hiperrápidos, surge un problema: la princesa se muere de
ganas de derrotar al lagarto que hace kung-fu. Ya pero “¿y cómo?”.
“A partir de ahí los niños empiezan a crear el final de la historia,
solos o en grupos de dos”, cuenta Roser Ballesteros, encargada de
VoxPrima, la representante española de esta lucha continental por la
fantasía. En su caso, primero piden a los jóvenes un dibujo que ilustre
el epílogo. Y, luego, que conviertan trazos y colores en palabras. La
conclusión, que se repite idéntica en los seis países, es un libro
impreso por cada pequeño autor. Ya no hay niños tímidos o inseguros.
Solo quedan escritores.
“Una vez que les ayudas a arrancar no hay nadie que no haya podido
crear su propia historia”, relata Sean Love, responsable de Fighting
words. Y no solo: tras un comienzo únicamente literario, la organización
irlandesa ha ampliado su frente de batalla. Ahora también trabaja con
adultos discapacitados, y sus alumnos producen guiones cinematográficos,
periódicos, discos y hasta obras que han llegado al Abbey Theatre de
Dublín. Además, lo que empezó con talleres de un solo encuentro ha
alcanzado colaboraciones de hasta un año de duración.
De ahí que no sorprenda que Fighting words reciba cinco veces la
cantidad de demandas que puede atender. “Vienen escuelas de todo el
país, incluso de Irlanda del Norte. De hecho, nos estamos planteando
abrir otro centro en Belfast”, asegura Love. La esperanza, en realidad,
es llegar más lejos aún, hasta inundar un continente entero de
narradores.
“Entre todas las organizaciones queremos crear una asociación a nivel
europeo que nos permita también recibir subvenciones de la UE”,
defiende Love. El exdirector de Amnistía Internacional en Irlanda fue el
primero en creer en este proyecto. En concreto, pelea por las palabras
desde enero de 2009. Aunque para el origen auténtico de esta historia
hay que volver todavía más atrás en el tiempo.
Érase una vez un famoso novelista irlandés, Roddy Doyle, que en 2007
promocionaba su último libro por EE UU. De paso por San Francisco, su
amigo y también escritor Dave Eggers le invitó a conocer su nueva
ocurrencia: se llamaba 826 Valencia y era un centro de escritura
creativa gratuito para jóvenes. Doyle se quedó fulgurado. “Tenemos que
hacer algo parecido en Dublín”, le dijo a su colega Love al regresar.
El modelo original es el taller del autor estadounidense Dave Eggers
Así, se pusieron manos a la obra. Y, tras un año de estudio, por fin
llegó el debut. Y un acelerón que aún no ha parado: cuatro años después
han trabajado con unos 40.000 niños y cuentan con 500 voluntarios —sobre
todo escritores y maestros, pero no solo—. “Hay cámaras, ingenieros,
técnicos de sonido, cineastas o artistas visuales”, cuenta Love. Por
cierto, cualquiera con ganas de ayudar puede apuntarse, siempre y cuando
supere una entrevista y sus referencias sean convincentes.
Tras el pistoletazo de salida, Fighting words llamó la atención de
varios prosélitos. Y, junto con el futuro de la literatura irlandesa,
fue acogiendo extranjeros curiosos. Hornby, Frediani, Ballesteros: todos
pasaron por Dublín antes de estrenar su versión autóctona de la idea.
Aunque, al trasladar el proyecto a otro país, cada uno ha querido darle
su toque distinto.
La organización de Milán, por ejemplo, apuesta sobre todo por las
escuelas “con una tasa alta de multiculturalidad”, incluso donde el
italiano es para muchos niños L2, es decir segundo idioma. Y la fórmula
española, activa desde comienzos de 2011, le da un rol privilegiado a la
ilustración a la vez que busca la colaboración de bibliotecas e
instituciones culturales locales. En Londres, Ministry of Stories
intenta avanzar de la mano de su vecindario. “Es un proyecto muy
enfocado hacia el barrio, tenemos un área geográfica cerrada. Queremos
juntar la comunidad creativa y profesional que vive por aquí con los
niños”, explica Lucy Macnab.
La elección de Ministry of Stories es en parte obligada. Por mucho
que las organizaciones sueñen con no tener límites y ser abiertas a todo
aprendiz de escritor, los recursos son los que son. “Confiamos en que
en los próximos años haya más Ministry of Stories por todo Reino Unido”,
asegura Macnab. De hecho, hasta ofrecen cursos de formación para
aspirantes imitadores. Mientras, sin embargo, atender a toda la nación
sigue siendo una utopía. Sí hay campamentos de verano o iniciativas de
un fin de semana dirigidas a cualquiera, pero en general la selección
acaba recayendo en unas cuantas escuelas.
Eso sí, los afortunados escogidos jamás abren la cartera. “No pagamos
nada ni recibimos dinero. Si cobráramos sería una forma de exclusión e
iría en contra de nuestra misión principal. Queremos ayudar sobre todo a
quien posiblemente no tenga nunca la opción de intentar escribir algo”,
sentencia Love. Y la misma música se repite en los otros rincones del
continente, aunque con un matiz. La española VoxPrima sí cobra una cifra
“simbólica”, como la define Ballesteros: unos 20 euros por niño. Eso
sí, de momento y a la espera de otros métodos de financiación.
Se ve como antídoto a un sistema educativo centrado en los resultados
Más allá de la solución catalana, cada proyecto busca como puede
fondos para mantenerse a flote. La mayoría proceden de privados y
fundaciones, tanto que para Fighting words representan casi la totalidad
del presupuesto. “No queríamos fondos públicos, para ser libres y
llevar el proyecto de la manera que creemos correcta”, agrega Love. Sí
cuenta con el apoyo del Gobierno británico Ministry of Stories, que debe
a Downing Street un 18% de su presupuesto. Otro 15% la organización
londinense lo saca de una tienda que acoge en su sede y donde vende sus
creaciones.
Entre ellas, pronto habrá un disco, que saldrá en unos meses con las
canciones compuestas por algunos pequeños talentos. En el
establecimiento se pueden adquirir también varios dibujos de monstruos.
Uno en particular lo ha diseñado un niño del que Lucy Macnab todavía se
acuerda. “Vino con su clase y decía que él no podía hacerlo, que era
demasiado difícil”. Al final, sin embargo, el pequeño visitaba la tienda
cada dos por tres para enseñarles a sus padres y a los maestros la
criatura horrible que había sido capaz de concebir.
Otro monstruo, que escupía fuego de la boca, se dirigía una vez a
visitar el zoológico de Londres la noche de Halloween. Y se encontró con
cuatro fantasmas. Todos juntos decidieron ir a espantar a los animales.
Pero esta es otra historia. Fruto, cómo no, de otro pequeño narrador