miércoles, 7 de abril de 2010

UN LIBRO TE ESPERA. BÚSCALO


Había una vez
un barquito chiquitito,
que no sabía,
que no podía
navegar.
Pasaron un, dos, tres,
cuatro, cinco, seis semanas,
y aquel barquito,
y aquel barquito
navegó.
Se aprende a jugar antes que a leer. Y a cantar. Los niños de mi tierra entonábamos esta
canción cuando aún ninguno sabíamos leer. Nos juntábamos en corro en la calle y,
disputándonos las voces con los grillos del verano, cantábamos una y otra vez la impotencia
del barquito que no sabía navegar.
A veces fabricábamos barquitos de papel y los poníamos en los charcos y los barquitos se
hundían sin conseguir alcanzar ninguna costa.
Yo también era un barco pequeño fondeado en las calles de mi barrio. Pasaba las tardes en
una azotea mirando ocultarse el sol por el poniente, y barruntaba a lo lejos -no sabía aún si a
lo lejos del espacio o a lo lejos del corazón- un mundo maravilloso que se extendía más allá
de donde alcanzaba mi vista.
Detrás de unas cajas, en un armario de mi casa, también había un libro chiquito que no podía
navegar porque nadie lo leía. Cuántas veces pasé por su vera sin darme cuenta de su
existencia. El barco de papel, atascado en el barro; el libro solitario, oculto en el estante tras
las cajas de cartón.
Un día, mi mano, buscando algo, tocó el lomo del libro. Si yo fuese libro lo contaría así: “Un
día la mano de un niño rozó mi cubierta y yo sentí que desplegaba mis velas y comenzaba a
navegar”.
¡Qué sorpresa cuando por fin mis ojos tuvieron enfrente aquel objeto! Era un pequeño libro de
pastas rojas y filigranas doradas. Lo abrí expectante como quien encuentra un cofre y ansía
saber su contenido. Y no fue para menos. Nada más empezar a leer comprendí que la
aventura estaba servida: la valentía del protagonista, los personajes bondadosos, los
malvados, las ilustraciones con frases a pie de página que miraba una y otra vez, el peligro,
las sorpresas…, todo, me transportó a un mundo apasionante y desconocido.
De esa manera descubrí que más allá de mi casa había un río, y que tras el río había un mar
y que en el mar, esperando zarpar, un barco. El primero al que subí se llamaba La
Hispaniola, pero lo mismo hubiese dado que se llamase Nautilus, Rocinante, la nave
de Simbad, la barcaza de Huckleberry, ….todos ellos, por más que pase el tiempo, estarán
siempre a la espera de que los ojos de un niño desplieguen sus velas y lo hagan zarpar.
Así que…no esperes más, alarga tu mano, toma un libro, ábrelo, lee: descubrirás, igual que
en la canción de mi infancia, que no hay barco, por pequeño que sea, que en poco tiempo no
aprenda a navegar.
Eliacer Cansin

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