miércoles, 25 de mayo de 2011

Y que estaba haciendo nuestro miembro favorito de la comunidad ratonil mientras el redoble del Consejo de los Ratones rebotaba por los muros del castillo?

Lector, debo informarte que Frano no había visto lo peor. Despereaux se sentó con la princesa y el rey y escuchó canción tras canción. En un momento dado, suavemente, ¡oh, tan suavemente!, Guisante puso al ratón en su mano. Lo alzó con mucho cuidado en la palma y le rascó las orejotas.

-Tienes unas orejas adorables -le, dijo Guisante-. Son como pedacitos de terciopelo.

Despereaux creyó que iba a desmayarse de gusto al oír que alguien se refería a sus orejas como cosas adorables y pequeñas. Enrolló la cola en torno a la muñeca de Guisante para sujetarse y sintió el pulso de la princesa, los latidos de su corazón, y el suyo empezó inmediatamente a latir al mismo ritmo.

-Papá -dijo Guisante cuando la música terminó-, me voy a quedar con este ratón. Vamos a ser grandes amigos.

El rey miró a Despereaux tumbado confiadamente en la mano de su hija y, entrecerrando los ojos, murmuro:

-Un ratón, un roedor.

-¿Qué? -contestó Guisante.

-Ponlo en el suelo -ordenó el rey.

-No -dijo Guisante, poco acostumbrada a que le dijeran lo que tenía que hacer-: quiero decir, ¿por qué habría de hacerlo?

-Porque yo te lo digo.

-Pero ¿por qué? -protesto Guisante.

-Porque es un ratón:

-Ya lo sé. Yo fui quien te dijo que era un ratón.

-No había pensado en... -dijo el rey.

-¿No habías pensado en qué?

-Tu madre. La reina.

-Mi madre -dijo Guisante tristemente.

-Los ratones son roedores -dijo el rey, que se ajustó su corona y continuó-: están emparentados con... las ratas. Y ya sabes cómo nos sentimos respecto de las ratas. Conoces nuestra tenebrosa historia con las ratas.
-Pero papá -contestó Guisante-, ¡no es una rata! Es un ratón. Hay una gran diferencia.

-La realeza -dijo el rey- tiene muchas responsabilidades. Y una de ellas es no involucrarse personalmente ni siquiera con los parientes lejanos de los enemigos de uno. Ponlo en el suelo.

La princesa puso a Despereaux en el suelo.

-Buena chica -dijo el rey.

Luego miró a Despereaux y añadió:

-Lárgate.

Despereaux, sin embargo, no se largó. Se limitó a sentarse y a mirar a la princesa.

El rey, golpeando el suelo con el pie, repitió gritando:

-¡Lárgate!

-Papá -dijo la princesa-, por favor, no seas malo con él.

Y empezó a llorar.

Despereaux, viendo sus lágrimas, rompió la última de las antiguas, grandes reglas de los ratones: habló. Habló a un ser humano.

-Por favor -dijo Despereaux-, no llores.

Y le tendió su pañuelo.

Guisante se sonó y se agachó para acercarse a él.

¡No le hables a la princesa! -gritó el rey con voz atronadora.

Despereaux dejó caer su pañuelo y dio unos cuantos pasos hacia atrás separándose del rey.

-Los roedores no les hablan a las princesas. No dejaremos que el mundo se convierta en un batiburrillo donde todo esté patas arriba. ¡Hay reglas! Lárgate. ¡Sal de mi vista, antes de que recupere mi sentido común y te mande a matar!

El rey golpeó de nuevo el suelo con el pie. A Despereaux le pareció muy alarmante ver un pie tan grande caer con tanta fuerza y enfado cerca de su cabecita. Corrió hacia el agujero del muro.

Pero antes de entrar por él se volvió. Se volvió y grito a la princesa:

-¡Me llamo Despereaux!

-¿Despereaux? -contestó Guisante.

-¡Te honro! -gritó Despereaúx.

"Te honro" era lo que el caballero le decía a la hermosa doncella en la historia que a diario leía Despereaux en el libro de la biblioteca. Despereaux había susurrado a menudo esta frase pero nunca había tenido la ocasión de utilizarla al hablar con alguien.

-¡Sal de aquí! -gritó el rey golpeando el suelo con el pie cada vez más fuerte hasta que pareció que todo el castillo, que todo el mundo, temblaba-. Los roedores no saben nada del honor.

Despereaux entró en el agujero y desde allí contempló a la princesa, que había recogido su pañuelo y lo miraba..., directamente a su alma.

-Despereaux -dijo Guisante. Despereaux vio su nombre en sus labios.

-Te honro -susurró Despereaux-. Te honro.

Puso una pata sobre su corazón y se inclinó tanto que sus bigotes tocaron el suelo.

Era, ¡ay!, un ratón profundamente enamorado.

Kate Dinamillo
Despereaux
Moguer

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