Luis Mateo Díez escribió un relato sobre uno de sus maestros de infancia. Era un hombre afable y generoso que un día se fue del pueblo sin explicar la razón. Al acudir temprano a la escuela, los niños se encontraron un regalo de despedida. El maestro se había pasado la noche dibujando para ellos, con tizas de colores, el pueblo en que vivían. Y así pudieron ver los campos, las montañas, el río, las casas y la iglesia, es decir, todos los lugares que conocían y amaban, a una luz nueva, la luz que nacía del milagro de la representación.
GUSTAVO MARTÍN GARZO
Elogio de la prensa impresa
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